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lunes, 13 de junio de 2011

LA ORACIÓN

Aliento del alma


Obispo Alejandro (Mileant)
Traducido por M. Bauman/ Anna Andushkewitch




¿Qué es la oración?


El alimento y el descanso son imprescindibles al hombre para el sostén de su vida física. Los conocimientos, el arte y, en general, la cultura enriquecen las cualidades de su alma. Pero la oración revela en él la faz espiritual, superior, de su esencia.
        Dios ama a su creación, nos ama a cada uno de nosotros, Él es nuestro Padre celestial. Tal como en los niños es natural el deseo de ver a sus padres y conversar con ellos, asimismo para nosotros debe ser una felicidad natural conversar con Dios y relacionarnos espiritualmente con Él. La plática piadosa del hombre con Dios se denomina oración. El alma, que en la oración se une con Dios, al mismo tiempo se une con el mundo espiritual de los ángeles y de los justos. Según las palabras de San Juan de Kronstadt “la oración es la dorada unión del hombre cristiano, peregrino y forastero en la tierra, con el mundo espiritual, del cual él es miembro y, sobre todo, con Dios — fuente de vida.”
        La oración frecuentemente es acompañada por palabras piadosas y otros signos externos de veneración: la señal de la cruz, genuflexiones, reverencias y otros signos de devoción a Dios. Pero la oración puede ser elevada sin palabras y sin otras manifestaciones externas. Ésta es la oración interior o profunda, conocida por experiencia propia por muchos cristianos fervorosos.

Clases de oración


En la oración el cristiano vierte ante Dios toda su alma: Glorifica a Dios por Sus supremas perfecciones, agradece las gracias y los beneficios recibidos y pide por sus necesidades. De allí derivan las tres principales clases de oración: de glorificación, de acción de gracias y de súplica.
        Glorificación es la forma más perfecta y desinteresada de oración. Cuanto más limpio e irreprochable es un ser, tanto más claramente se refleja en él la suprema perfección de Dios y, al reflejarse, involuntariamente, suscita palabras de glorificación y alabanza. Así, los ángeles en el cielo glorifican sin cesar al Señor con su canto de alabanza. “La glorificación - dice el Obispo Teófano, el Recluso - no es una fría contemplación de la naturaleza Divina, sino un vivo sentir de la misma, con gozo y admiración.”
        Acción de gracias es expresada por el hombre por los beneficios recibidos de Dios. Ella nace espontáneamente en el alma agradecida y sensible. De los diez leprosos sanados por el Salvador, sólo uno, un samaritano, regresó para dar gracias al Señor.
        La forma más difundida de oración es la súplica, suscitada en el hombre por la plena conciencia de su debilidad, endeblez e inexperiencia. A causa de las pasiones y los pecados, nuestra alma está enferma y endeble. Por ello, en la oración es imprescindible pedir a Dios el perdón de los pecados y ayuda para vencer nuestros defectos. A veces, la súplica es suscitada por un peligro amenazante que se cierne sobre nosotros, por una necesidad, etc. La súplica en la oración es inevitable, a causa de nuestra vulnerabilidad y es grata al Señor. Pero si nuestras oraciones tienen preeminentemente carácter de súplica y en ellas casi no se escuchan voces de alabanza ni de gratitud, esto testimonia el insuficiente nivel de nuestro desarrollo espiritual y moral.
        Las distintas clases de oración frecuentemente se unen entre sí. El hombre ruega a Dios por sus necesidades y, simultáneamente, Lo glorifica por Su magnificencia y benignidad y Le agradece por poder dirigirse audazmente a El, como a su Padre misericordioso. Los más solemnes cánticos eclesiásticos de alabanza se transforman, a veces, en súplicas conmovedoras (Gloria a Dios en las alturas” “A Ti, Señor, alabamos”) y, por el contrario, ruegos plañideros a Dios, pidiendo ayuda, se resuelven en los magníficos acordes de un canto de acción de gracias y alabanza. Tal el caso de muchos salmos, por ejemplo 145, 148 y otros.

Como se debe rezar


Al comenzar la oración, el hombre debe dejar de lado sus habituales ocupaciones y preocupaciones, concentrar sus pensamientos dispersos, como si cerrara la puerta de su alma a todo lo terrenal y mundano y dirigir toda su atención hacia Dios.
        De pie, ante la faz del Señor, imaginando vívidamente Su magnificencia, el orante se compenetra necesariamente con la profunda conciencia de su indignidad e indigencia. “Al rezar, es necesario imaginar toda la creación como nada frente a Dios y a Dios único, como todo” (San Juan de Kronstadt). El Salvador presentó un ejemplo aleccionador del ánimo del orante en la imagen del publicano, justificado por Dios por su humildad.
        La humildad del cristiano no engendra desaliento ni desesperación. Por el contrario, se une con la fe firme en bondad y omnipotencia del Padre celestial. Sólo la oración con fe puede ser escuchada por Dios. “Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis.” La oración del cristiano, templada por la fe, es diligente. Él recuerda el legado de Jesucristo, que es necesario siempre orar y no abatirse; él recuerda Su promesa: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.” Los ejemplos evangélicos de la mujer cananea, rogando a Cristo por la curación de su hija, de la viuda desamparada que obtuvo justicia de un juez injusto y casos similares, dan testimonio de la gran fuerza de la oración. Tal vez la oración no sea escuchada de inmediato. El orante no debe perturbarse ni caer en el desaliento: se trata de una prueba, no de un rechazo. “Por eso dijo Cristo “llamad,” para demostrar que si Él no abre prontamente las puertas de Su misericordia, es necesario, sin embargo, aguardar con una esperanza luminosa” (San Juan Crisóstomo). El verdadero cristiano continuará su oración con ininterrumpido ahínco y con fuerza, hasta tanto logre vencer al Señor y atraer hacia sí Su gracia, tal como el patriarca Jacob, del Antiguo Testamento, el cual decía al Desconocido que luchaba con él: “No te dejaré hasta tanto no me bendigas,” y realmente recibió la bendición Divina.
        Si el Señor es nuestro Padre celestial, entonces todos nosotros somos hermanos. Él sólo aceptará nuestra plegaria cuando nos encontremos en relaciones realmente fraternales y benévolas con la gente, cuando apaguemos todo rencor y enemistad, cuando perdonemos las ofensas y nos reconciliemos con todos: “Cuando estéis orando, si tenéis algo contra alguien, perdonad, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone a vosotros vuestros pecados.”

Acerca de qué se debe orar


San Isaac de Siria escribe acerca de qué hay que pedir a Dios: “No seas irracional en tus peticiones para no provocar la ira de Dios con tu irracionalidad. Mas sé sabio para merecer los dones gloriosos. Pide lo muy valioso a Aquel para Quien la avaricia es ajena y recibirás de Él lo muy valioso, según tu deseo razonable. Salomón pedía sabiduría y con ella recibió también el reino terrenal, porque pedía razonablemente al gran Rey. Eliseo pedía la mayor gracia del Espíritu, comparable a aquella que tenía su maestro y su pedido no quedó insatisfecho. El que pide insignificancias al Rey, rebaja su honor.”
        El Maestro supremo de la oración es nuestro Salvador. La oración acompañaba todos los acontecimientos más importantes de Su vida terrenal. El Señor reza al recibir el bautismo de San Juan[1], pasa toda la noche en oración antes de la elección de los Apóstoles[1], reza durante la Transfiguración, reza desde la cruz. La palabra final, antes de la muerte del Señor, es palabra de oración.
Bajo la impresión de la figura inspirada del Salvador orante, uno de sus discípulos se dirigió a Él con el ruego: “Señor, enséñanos a rezar.” Y en respuesta a este pedido, Jesucristo dio una oración, breve por su extensión, pero rica por su contenido, aquella divina e incomparable oración que hasta el día de hoy unifica por sí misma a todo el mundo cristiano. Esta oración se llama “Padre nuestro” o “la oración del Señor.”
        Esta plegaria nos enseña sobre qué y en qué orden debemos orar. Dirigiéndonos a Dios: “Padre nuestro” nosotros nos reconocemos sus hijos y, en relación de unos con otros, hermanos y, por lo tanto, rezamos no sólo por nosotros mismos, sino por toda la gente. “Santificado sea Tu nombre” que Tu nombre sea santo para toda la gente, para que toda la gente glorifique con sus palabras y hechos el Nombre de Dios. “Venga a nosotros Tu Reino.” El Reino de Dios comienza dentro del hombre creyente, cuando la gracia de Dios, penetrando en él, limpia y transfigura su mundo interior. Simultáneamente, la gracia unifica a todos –hombres y ángeles- en una gran familia espiritual, denominada Reino de Dios, o Iglesia. Para que el bien se propale entre la gente es necesario pedir: “Hágase Tu voluntad tanto en el cielo como en la tierra,” quiere decir que todo en el mundo sucede según la benévola y sabia voluntad de Dios, y para que nosotros, los hombres, cumplamos la voluntad de Dios en la tierra gustosamente, de la misma manera como la cumplen los ángeles en el cielo. “El pan nuestro de cada día, dádnoslo hoy,” danos hoy todo lo necesario para nuestra alimentación corporal; ¿qué será de nosotros mañana? no lo sabemos: nosotros necesitamos únicamente el pan de cada día, es decir el pan diario necesario para el mantenimiento de nuestra existencia. “Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.” Estas palabras son aclaradas por San Lucas, quien así las cita: “Y perdónanos nuestros pecados,” los pecados son nuestras deudas, porque pecando nosotros no cancelamos lo adeudado y permanecemos como deudores ante Dios y ante los hombres. Este pedido, con una fuerza especial, nos sugiere la necesidad de perdonar a nuestros prójimos todas las ofensas: sin perdonar a los demás nosotros no podemos pedir a Dios el perdón de nuestros pecados, no podemos rezar con las palabras de la Oración del Señor.
        “Y no nos dejes caer en la tentación”; estas palabras se refieren a la prueba de nuestras fuerzas morales mediante la apertura de una posibilidad potencial para que nos inclinemos hacia algún acto pecaminoso. Aquí nosotros pedimos a Dios que nos proteja de la caída en caso de que tal prueba de nuestras fuerzas morales sea inevitable y necesaria. “Mas líbranos del mal,” o sea de todo mal y de su causante- el diablo. La oración termina con el convencimiento de que se cumplirá aquello que hemos pedido, porque a Dios pertenecen en este mundo el reino eterno, el poder infinito y la gloria.
De tal manera, la oración del Señor, uniendo en sí todo aquello acerca de lo cual es necesario rezar, nos enseña a colocar en el orden correcto nuestras necesidades y requerimientos: en primer lugar, pedir el máximo bien –la gloria de Dios, la difusión del bien entre la gente y la salvación de nuestra alma, y recién luego, las necesidades cotidianas. Con referencia a las mismas, San Juan Crisóstomo dice: “no le vamos a enseñar a Él de que forma ayudarnos.” “Si a la gente que nos defiende y que habla por nosotros delante de los jueces terrenales, les contamos únicamente nuestros asuntos, pero dejamos en sus manos la forma de defensa, más aún debemos proceder así en relación con Dios. Él Mismo sabe bien qué es útil a ti.” Además nosotros debemos entregarnos enteramente a la voluntad de Dios: “Hágase tu voluntad.” El mismo Salvador nos dejó el ejemplo de tal oración. Él rezaba en el huerto de Getsemaní: “Padre mío, si es posible, que pase de Mí este cáliz! Sin embargo, no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras.”

Cuando se debe rezar


El Apóstol nos enseña “Orad sin cesar.” Es necesario orar en aquellos momentos luminosos y elevados, cuando el alma experimenta una visita de lo alto, se vuelve hacia el cielo y siente la necesidad de la oración. Es necesario también rezar en todas la horas destinadas a la oración, aunque nosotros, aparentemente, no estuviéramos dispuestos hacia la oración en ese momento. De otra forma, se perderá la capacidad de oración, de la misma manera como se herrumbra y estropea una llave sin uso. Para que nuestra alma conserve la frescura religiosa, es necesario fijarse la meta de rezar en forma regular, independientemente de si deseamos o no hacerlo. Los ortodoxos tienen por costumbre rezar diariamente a la mañana, al despertar del sueño y a la noche, antes de dormir. Con la oración hay que comenzar y terminar cada buena acción. En este sentido, el “libro de oraciones” es un acompañante imprescindible.
        Además de la oración privada, doméstica, existe también la oración pública, que se reza en el templo. De ella decía el Señor “Donde se reúnen dos o tres en mi nombre, allí estoy Yo entre ellos.” Desde los tiempos apostólicos la plegaria pública más imprescindible es la liturgia (misa), que se celebra en los templos los días domingo, durante la cual los fieles glorifican a Dios con una sola boca y con un solo corazón. El servicio público divino posee una gran fuerza espiritual.

Frutos de la oración


La oración, al igual que el labrador, ara el campo de nuestro corazón y lo capacita para la recepción de las influencias celestiales y para la producción de frutos abundantes de virtudes y perfeccionamiento. Ella atrae sobre nosotros la gracia del Espíritu Santo y con ello fortifica en nosotros la fe, la esperanza y el amor. Ella ilumina la razón, fortifica la voluntad para las buenas intenciones, consuela el corazón en tiempos de pena. Con una palabra, por intermedio de la oración nos llega todo aquello que sirve para nuestro verdadero bien.
        La oración, “aliento del alma” según los santos padres, es un gran bien para el hombre. “El don de la oración,” o sea el Saber orar, concentradamente y con todo el corazón, es uno de los más preciados dones espirituales. El Señor misericordioso otorga esta capacidad al hombre, en premio por su trabajo de oración.

Missionary Leaflet #S01
Copyright © 1999 and Published by
Holy Protection Russian Orthodox Church
2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068
Editor: Bishop Alexander (Mileant)


(oracion_aliento.doc, 04-11-99)


Lc. 17:12-19
Mt. 7:7, Jn. 16:23
Lc. 18:9-14
Mc. 11:24
Lc. 18:1
Mt. 7:7
Mt. 15:21-28
Lc. 18:5-8
Gén. 32:26
Mc. 11:25
Lc. 3:21
Lc. 6:12
Lc. 22:41
Lc. 23:46
Lc. 11-1
Lc. 11:4
Mt. 26:39
Tes. 5:17
Mt. 18:20

miércoles, 25 de mayo de 2011

Una breve explicación del simbolismo de Analavos.

Una breve explicación del simbolismo de la Analavos



El Análavos (άνάλαβος) o Gran Esquema, es la prenda distintiva de los monjes y monjas que han alcanzado el más alto grado dentro del monacato ortodoxo. Viene su nombre de la verbo αναλαμβάνω que significa “tomar” y les recuerda continuamente las palabras del Señor “Tomar la Cruz cada día” (Lc 9, 23). También se le denomina Polistavríon (πολυσταύριον), por las cruces que lo ornamentan y que recuerdan al monje que lo lleva qué está “Crucificado con Cristo” (Gal 2, 20).

¿Qué significa cada uno de los elementos que aparecen en él?

Alrededor de la Cruz aparecen los símbolos de la Pasión Vivificadora


El gallo: en recuerdo de las tres veces que san Pedro negó a Cristo (Jn 13, 18)

La columna: representa la flagelación que sufrió el redentor atado a ella (Mc 15, 15) y nos recuerda la profecía de Isaías: “Sus heridas, nos han curado” (Is 53, 5)

La corona de espinas: que entretejieron los soldados (Jn 19, 2) y pusieron sobre la cabeza del Redentor (Mt 27, 29) Por cuyas espinas nos libró de la maldición de luchar contra las espinas y los cardos (Gn 3, 18-19)

El madero vertical y el horizontal: son el stipes y el patíbulo que formaban la Cruz de nuestro Señor (Gal 6, 14) en la que extendió sus brazos por el pueblo rebelde (Is 65, 2; Rm 10, 21)
Los clavos: en el centro de la Cruz están los cuatro clavos y el martillo con que fue clavado el Redentor (Jn 20, 25) y con los cuales traspasaron sus manos y pies santísimos (Salmo 21, 16)

La base de la Cruz: que está dispuesta la Cruz representa el Calvario (Lc 23, 33), o Gólgota, es decir, el Lugar de la Calavera (Mt 27, 33) y allí crucificaron (Jn 19, 18) a quien ha traído la salvación a la tierra (Salm 73, 13)

El cráneo y los huesos cruzados: representan a Adán, el primer hombre (I Cor 15, 45) que retornó a la tierra en el Gólgota (I Cor 15, 45) y por ser el Calvario lugar de ejecución (Mt 23, 27) donde el segundo Adán venció a la muerte con su muerte (I Cor 15, 45)

El Titulus: la placa en la parte superior de la Cruz es el Titulus (Jn 19, 19-20) en el que fue escrita la acusación por la que se ejecutaba a Cristo y que escribió Pilatos (Jn 19, 19) y que pusieron en la Cruz sobre su cabeza (Mt 27, 37) y en el que estaba escrito: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos” (Jn 19, 19) y que fue escrito en griego, latín y hebreo (Lc 23, 38) y que no mentía ya que en la Cruz fue clavado el Rey de la gloria (Salm 23, 7-10)

La Caña: es el hisopo al que ataron una esponja empapada en vinagre (Mc 15, 36) y con la que se le dio a beber vinagre y hiel (Salm 68, 21) al que maravilló a todos por las palabras de gracia que salían de su boca (Lc 4, 22)

La Lanza: es aquella con la que se abrió el costado del Salvador del que al instante salió sangre y agua (Jn 19, 34), de Aquél que tomo una de las costillas del costado de Adán (Gn 2, 21) y que nos lavó de nuestros pecados con su propia sangre.

El Subpedaneum: es el madero, el estrado de sus pies (Salm 98, 5) en el que fueron clavados. Esta torcido porque en el momento en que entregó su espíritu al Padre (Mc 15, 37) sufrió un espasmo de manera que el lado derecho en el que estaba San Dimas (Mc 15, 27) quedó hacia arriba confirmando su entrada en el Paraíso (Lc 24, 51)


La Escalera y las Tenazas: representadas al pie de la Cruz, representan los instrumentos con que San José de Arimatea que pidió el cuerpo de Cristo a Pilatos (Mt 27, 58) lo bajó de la Cruz (Lc 23, 53) y así descendiendo el Cuerpo del Redentor al seno de la Madre de Dios que lo esperaba al pie de la Cruz, el alma descendió al seno del infierno (Ef 4, 9) para predicar a los que estaban allí cautivos (I Pe 3, 19)

La Cruz de Cristo (I Cor 1, 17) se convirtió en el Árbol de la Vida (Gen 2, 9; Prov 3, 18; Ap 22, 2) desde la que Cristo proclama: “Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en mí aunque esté muerto vivirá para siempre y el que cree en mí no morirá jamás (Jn 11, 25-26)

Las letras griegas que aparecen en la Analabos son abreviaciones de frases que ensalzan la Cruz como "el poder de Dios" (I Cor 1,18). De arriba a abajo:

ΟΒΤΔ Ό Βασιλεύς της Δόξης: El Rey de la Gloria.

ΙC XC NIKΑ Ιησούς Χριστός νικά: Jesús Cristo vence.

ΤΤΔΦ Τετιμημένον τρόπαιον δαιμόνων φρίκη: Glorioso Trofeo, el temor de los demonios.

ΡΡΔΡ Ρητορικοτέρα ρητόρων δακρύων ροή: Río de lágrimas más elocuentes que los oradores (o, más probable: Ρητορικοτέρα ρημάτων δακρύων ροή)

ΧΧΧΧ Χριστός Χριστιανοίς Χαρίζει Χάριν: Cristo derrama su Gracia sobre los cristianos.

ξΓΘΗ Ξύλου γεύσις θάνατον ηγαγεν: El probar del árbol ha provocado la muerte.

Cξζ ∈ Σταυρού Ξύλω ζωήν εύρομεν: A través del árbol de la Cruz hemos encontrado la vida.

∈ ∈ ∈ ∈ Ελένης εύρημα εύρηκεν Εδέμ: El descubrimiento de Eelena ha descubierto Eden.

ΦΧΦΠ Φως Χριστού φαίνοι πάσι: La luz de Cristo brilla para todos.

ΘΘΘΘ Θεού Θέα Θείον Θαύμα: La visión de Dios, un milagro divino.

ΤCΔΦ Τύπον Σταυρού δαίμονες φρίττουσιν: Los demonios temen el signo de la Cruz.

ΑΔΑΜ Αδάμ: Adán.

ΤΚΠΓ Τόπος Κρανίου Παράδεισος γέγονε: El Lugar de la Calavera ha convertido en el Paraíso.

ξζ Ξύλον Ζωής: El árbol de la vida.

Esta prenda proclama en silencio la predicación de la santísima Cruz (I Cor 1, 18) " Dios me libre gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, y yo al mundo "(Gal 6, 14).

Publicado por Studium Lucentinum en 12:04
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Los Grados en el monacato Ortodoxo.

Los tres grados de ascetismo monástico bizantino
        En los primeros días del Monacato, no había sino un solo Grado de Monjes, una sola Tonsura, y un solo Hábito, en los numerosos Monasterios de Oriente. Las Novelas (*) de Justiniano del año 535, fueron las que codificaron las costumbres existentes, como ser la Novela V, la cual estipula que el término de postulantado deberá extenderse por un período de tres años, término durante el cual, el Postulante, deberá continuar llevando sus vestimentas laicales, y luego de este período, si es aceptado por el Higúmeno, el recibirá la Tonsura y el Hábito; pero la costumbre de que el postulante lleve puesta las ropas laicales no duraría mucho tiempo, porque poco tiempo después de la época de las Novelas de Justiniano, se hizo habitual en los Monasterios, que el Candidato, luego de un breve postulantado, comience a vestir una porción del Hábito propio de los Monjes Profesos. Esta nueva costumbre introdujo, en la práctica, un grado inferior dentro del Monacato Bizantino. El permiso dado a los Postulantes a usar el hábito monástico, fue entendido, como un tácita expresión de determinación a permanecer en la vida monástica de ascetismo, sujeto a la aprobación del Higúmeno.

         El tercer grado a ser implantado, fue el grado intermedio, el cual se estima data de finales del siglo VIII , San Teodoro Studita en su Testamento habla ya del Pequeño Hábito, que no era otro que el que portaban el grado intermedio de monjes, señalándolo como de reciente introducción y prohibiendo a los Higúmenos otorgarlos a sus Monjes. En contrario a su desaprobación, sin embargo, la costumbre de conferir el Pequeño Hábito a un grado intermedio de monjes, continúa hasta los presentes días sin que nadie lo cuestione desde aquella época.

         Los monjes del grado inferior (Rasóforos) son considerados como verdaderos monjes, aunque de manera aún imperfecta. El Monje del grado mas elevado (Skemamonje)  es considerado - única y propiamente - como el Perfecto Monje (o Perfectamente Monje), es decir: aquel que alcanzó el mas puro estado de la Vida Monástica; pese a esta consideración, el Monje de grado intermedio (Stavroforo) también es considerado muchas veces como Monje Perfecto, puesto a que como éste, también pasó el término canónico de prueba (3 años) y también al igual que un Skemamonje, ha tomado el compromiso público de sus Votos. Comparativamente muy pocos monjes alcanzan el más alto grado de la Vida Monástica, excepto en su lecho de muerte.

         Como mencionamos anteriormente, los Monjes del grado inferior del monacato son llamados Rasóforos entre los griegos (que se origina de la conjunción de dos palabras griegas Rasón o Túnica y Foros que significa portador, es decir que porta la Túnica) o Ryasonosets  entre los eslavos, y es considerado como un Principiante en el ascetismo, hasta que él halla completado el término de tres años de prueba. Los Monjes del grado intermedio son conocidos como Stavroforos entre los griegos  (que se origina también por la conjunción de dos palabras griegas Stavros = Crucifijo y Foros que significa portador, es decir que porta el Crucifijo) o Krestonosets entre los eslavos, puesto que llevan colgados sobre el Hábito una cruz de madera, también este grado de monjes son conocidos bajo el nombre de Microskemos (que se origina obviamente de la conjunción de dos palabras griegas Micros = Pequeño y Skemos = Hábito, es decir el que viste el Pequeño Hábito). El Monje del grado mas alto de ascetismo, quién solo posee el derecho a vestir el Hábito completo, es decir el Gran y Angélico Hábito, o Skema, es conocido entre los griegos como Megaloskemos (que se origina de la unión de dos palabras griegas Megalo = Gran  y  Skemos = Hábito) pero los rusos se refieren a ellos como Skimnik, porque llevan el Gran Skemos.



HACIA UNA MAS COMPLETA CLASIFICACIÓN DE LOS MONJES SEGÚN SU GRADO DE ASCETISMO

1- RASOFORO:  Si bien él es menos que el “Perfectamente Monje”, él es más que un Novicio en el sentido occidental del término después de haber pasado el término mínimo de prueba. El está sujeto, como al igual que los Monjes de los grados superiores, a observar las Reglas del Monasterio, por haber recibido la Tonsura Monástica, y una porción del Hábito Monástico; así como también su propia conciencia y la opinión pública bien le imponen a éste la obligación moral de continuar dentro de la Vida Monástica.  El Archimandrita Meletios Sakellaropoulos dice que en los presentes días (esto lo decía a comienzos del siglo XX, pero aún hoy su comentario es válido) que los llamados Rasóforos al haber manifestado su acuerdo a continuar la vida dentro del Monasterio, y al haber recibido la Tonsura, son Monjes y están sujetos a las regulaciones propias del gobierno de su Monasterio, por tal motivo, si un Rasóforo dejara el Monasterio a fin de contraer matrimonio, el deberá ser excomulgado.

         Muchos Rasóforos, ya sean Monjes o Monjas, después de cumplir sus tres años de prueba, se contentan en permanecer de por vida en el más bajo grado de la Vida Monástica. Un detalle interesante de la Vida Monástica Ortodoxa femenina reside en que ni las Iglesias Helénicas, ni Eslavas, permiten a una mujer convertirse en Stavrofora o Megaloeskema (Skemamonja) hasta no haber alcanzado la edad de 40 años, sin embargo, ellas pueden recibir la Tonsura y asumir el Rasón o Rasa, antes de alcanzar esa edad; entre los monjes las cosas son bien distintas, puesto que uno puede toparse con Monjes Stavroforos tan jóvenes como de 25 años.

         Los candidatos a las Ordenes Sagradas, deberán o estar ya casados, o pertenecer al grado inferior de la Vida Monástica antes de su Ordenación al Subdiaconado. En el caso de la Ordenación de Monjes, habitualmente, se realizan luego de la admisión al grado de Rasóforos. Si bien la Ordenación es un impedimento para un posterior matrimonio, ello no implica que el Monje recién ordenado, se vea obligado a entrar en alguno de los grados superiores dentro de la escala de la Vida Monástica Bizantina si no lo desea. Un Rasóforo que detente el rango de Archimandrita, puede ser elegido como Higúmeno, o él puede ser nombrado Superior de un Monasterio que esté directamente bajo Jurisdicción Patriarcal. No es infrecuente que un Obispo sea elegido dentro del grado de los Rasóforos, sin embargo lo mas común es que sea seleccionado dentro del grado de los Stavrosforos, y lo que efectivamente es muy raro es que un Obispo sea electo dentro del grado mas elevado del Monacato como ser los Megaloeskemos o Skemamonjes.

         A los postulantes que viven dentro de una Institución Monástica, se le es permitido usar la Rasa y el Skouphos o Skufia (especie de gorro típico de los monjes) antes de ser formalmente admitidos dentro del grado de los Rasóforos.

2- STAVROFORO: (o Microskemo) Sus Votos ya fueron tomados públicamente antes de recibir la Tonsura y el Pequeño Hábito. Entrar dentro del grado intermedio de la Vida Monástica es, al menos en teoría, únicamente un paso o estadio en la carrera monástica, en la cual la verdadera meta es el ascetismo mas estricto en una vida anacorética. Pero en este estadio intermedio de la Vida Monástica, el monje debe esforzarse por plasmar en si mismo los ideales mas modernos del Monacato Cenobítico, introducidos por San Pacomio, San Basilio y San Teodoro Studita, ideales opuestos al ideal de austero ascetismo eremítico propiciado por San Antonio,  y en los cuales están abocados los monjes del grado superior del Monacato Oriental (los Skemamonjes).



3- SKEMAMONJE: (o Megaloskemo) Se trata del Monje del Grado mas elevado al que se puede aspirar dentro del Monacato Bizantino, también es llamado Skimnik en los Monasterios Eslavos. Estos monjes están exigidos a seguir estrictos ayunos, y a ocupar la mayor parte de su tiempo en oración, y a guardar mayor silencio que los Monjes de grados inferiores. El comer carne (roja) le está totalmente vedado, y únicamente le es permitido beber un poco de vino cuando visita el Monasterio los días Sábados y Domingos. Algunas veces estos monjes se abstienen incluso de comer pescado, pasando a tener una dieta estrictamente vegetariana. Ellos comen una comida al día, pero su ayuno es aún mas estricto durante la Cuaresma y otras temporadas de ayunos especiales.  Los días Lunes, Miércoles y Viernes suelen ser observados como días de ayuno, o sea que se privan de alimentos durante tres días a la semana. No es usual admitir a un Monje a este grado ascetismo y de estricta Vida Monástica, hasta que no haya vivido algunos años - treinta entre los rusos - en una estricta vida observancia en el ascetismo cenobítico como Monje Stavroforo. Existen, como es obvio, ocasionales excepciones a esta regla; por ejemplo: Un Rasóforo puede convertirse en un Skemamonje sin primero haber sido Stavroforo, si es que el Higúmeno y el Gerontas (padre confesor) o también llamado Starets entre los rusos, aprueban esa situación; y en ciertas ocasiones, realmente excepcionales, un Hermano Laico, quien haya sido considerado como postulante, en un sentido técnico, puede acceder directamente al mas alto grado del Monacato y convertirse en un Skemanonje o Megaloskemos, sin primero haber sido Rasóforo, ni Stavroforo; si es que él prueba su aptitud e idoneidad para llevar una vida de estricto ascetismo por largos años de piedad y fidelidad en el Monasterio.

         El Megaloskemos o Skemamonje puede ocupar una celda en el Monasterio o Skita, pero tomando sus alimentos aparte y dejando rara vez la reclusión de su celda, excepto para ir a la Capilla Monástica, o para llevar una vida Semi-eremítica con otros monjes en una Kaliva o Kellion, o también para convertirse en un Hesicasta o Ermitaño.




         Cuando un Monje sacerdote, o Hieromonje, se convierte en Megaloskemos o Skemamonje, puede seguir celebrando la Divina Liturgia, pero si se trata de un Obispo, él no puede mantener el ejercicio de sus funciones Episcopales ni sacerdotales. Un Obispo que recibe el Gran Hábito, en la suposición de la aproximación de su pronto deceso, deberá resignar toda jurisdicción episcopal,  y si aún él se recuperara, deberá seguir llevando la vida de un Anacoreta o Solitario por el resto que le quede de vida. También puede darse el caso inverso, en el que un Skemamonje pueda ser, en caso de una muy especial necesidad, ser tomado de su Vida Eremítica y ser consagrado al Oficio Episcopal, y por ende, detentar el gobierno de una Diócesis, sin embargo este caso es realmente excepcional y rara vez ocurre.

Adaptado al español

Por el Padre Gorazd

-Hieromonje-



martes, 24 de mayo de 2011

Gerondas Cleopas. Los ocho grados de la Oracion.

Gerondas Cleopas
Los ocho grados de la oración.




El Silencio-La Hesiquia

El Silencio-La Hesiquia.

El Silencio en La Oracion Kallistos Ware

domingo, 22 de mayo de 2011

El Poder Del Nombre por el Obispo Kallistos Ware

El Poder Del Nombre Kallistos Ware

La Oracion del corazon



LA ORACIÓN DE JESÚS
EL MISTERIO DE LA ESPIRITUALIDAD MONÁSTICA ORTODOXA

INTRODUCCIÓN
Llamada igualmente «obra espiritual» (en eslavo: doukhovnié diélanié), la oración de Jesús se encuentra en el corazón de la tradición ascética y mística del monaquismo contemplativo ortodoxo. Sus raíces se remontan a la más alta antigüedad cristiana, en particular a la espiritualidad de los Padres del desierto. Sería inexacto sin embargo el no ver en ello más que una reliquia venerable de una época arcaica, teñida además, para el hombre occidental, de un cierto exotismo. Método de oración sencillo y ágil, la Oración de Jesús conserva su actualidad. Ha podido ser adoptada por hombres y mujeres de hoy, adaptarse a su mentalidad y a su modo de vivir. Irradiando más allá del marco instituciona del monaquismo, ha ayudado a los laicos que viven en el mundo a unificar su vida según el Espíritu de Cristo Jesús. 
Históricamente, la práctica de la oración de Jesús ha nacido del encuentro de dos corrientes espirituales distintas: de una parte el culto bíblico (y más ampliamente aún semítico) de los Nombres de Dios,y por otra parte la práctica de la oración llamada "jaculatoria'' en los medios monásticos del desierto.
Prescindiendo de creencias más o menos mágicas, en efecto, en la Biblia, la idea del Nombre divino es revelación, manifestación dinámica de la Persona del Dios transcendente. Serían muchos los textos del Antiguo Testamento que se podrían citar a este respecto.
En los salmos, en particular, el Nombre divino aparece como un refugio, una potencia auxiliadora. Pero hay que evocar sobre todo las múltiples referencias al Nombre de Jesús en el Nuevo Testamento en el que se dan una gran diversidad de fórmulas cuyas traducciones al castellano «En el nombre de Jesús»y al latín «In nomine...» son incapaces de expresar su rica complejidad y su dinamismo. Tres textos son capitales: Flp 2,9-10; Hch 4,12 y Jn 16,23-24.
En cuanto a la oración jaculatoria, San Agustín, a quien debemos su descripción, la encontró ya desde el siglo IV, entre los monjes del desierto egipcio, bajo la forma de oraciones frecuentes pero muy breves y como «lanzadas rápidamente» (quodammodo jaculatas). La fórmula empleada para las invocaciones era el Kyrie eleison o un verso del salterio. Pero llega un día en que el Nombre de Jesús se asocia a la oración jaculatoria. Este encuentro, esta fusión entre el Nombre y la aspiración será obra de una escuela mística designada con el nombre genérico de hesicasmo. Movimiento que se extiende a lo largo de los siglos (del V al Xlll, en cierta medida, hasta nuestros días), el hesicasmo ha experimentado una evolución de tendencias y expresiones diversas. Lo que le mantiene en su continuidad, es la búsqueda de una técnica contemplativa destinada a unificar y pacificar el hombre interior, en Cristo, por la gracia del Espíritu Santo. 
Después de un cierto eclipse en el siglo Xll, la Oración de Jesús conoce paradójicamente un renacimiento en el «siglo de las luces» de la Razón. Signo e instrumento a la vez de esta renovación, la publicación en 1783 de una antología de textos hesicastas bajo el titulo de Filocalia, (es decir Amor a la Belleza) abre un período de difusión de la Oración de Jesús en los diferentes países ortodoxos y en los medios más variados fuera del marco monástico original.
Traducido al ruso bajo el título de Dobrotoliubé, este libro ha influido en el pueblo ruso más aún que la Filocalia en los medios griegos. En la Dobrotolioubé no sólo los monjes, sino también la gente sencilla de las aldeas, hombres y mujeres de todos los medios, se han familiarizado con los Padres, con el espíritu y los métodos de la oración contemplativa.
Después de la tormenta de la Revolución de 1917, la emigración rusa, que se instala con dificultades en Europa y en América, conoce, también, una discreta primavera filocálica. Por su mediación, la Oración de Jesús penetrará en ciertos medios cristianos occidentales y sobre todo anglicanos.
Practicada lo mismo por el obrero que trabaja en la fábrica o en el fondo de las minas que por el profesor de teología, se despoja, en este nuevo contexto histórico de conceptualizaciones heredadas del pasado para encontrar de nuevo su espontaneidad y su sencillez original. Así se revela en lo que ha sido siempre por esencia: no una creencia en la virtud mágica de una fórmula, sino atención a la presencia de Dios de la que el Nombre divino es el sacramento; no alienación en un mecanismo obsesivo sino arte espiritual, que guiando la inteligencia del mundo de los fenómenos hacia las profundidades del corazón, es decir de la persona, prepara este corazón para recibir el perdón, la paz, la iluminación; no abolición del pensamiento y de la conciencia personales, sino encuentro comunicante, lúcido, con la persona humano-divina de Jesús. Aun exigiendo silencio y un retiro, al menos interior, del mundo, la oración de Jesús es también instrumento de oblación y de transfiguración de toda la creación. En la espiritualidad monástica tradicional, llega así a integrar uno de los temas esenciales de la filosofía religiosa rusa moderna: la visión de un mundo transfigurado en esperanza.
Un autor laico, Nadejda Gorodetzky, es tal vez quien ha hablado con más exactitud y sobriedad del uso práctico de la Oración de Jesús, tal como la puede experimentar un cristiano de hoy, viviendo en el mundo, y de la inspiración que pueda encontrar en ella: «La oración de Jesús», escribe en un articulo publicado en Black Friars, la revista de los Dominicos ingleses, «es tan sencilla que no es necesario aprendizaje para usarla... Muchos se entregan a su trabajo habitual repitiendo esta oración. Ni el trabajo de la casa, ni el trabajo del campo, ni el trabajo de la fábrica son incompatibles con ella. Es también posible, aunque más difícil, unir a esta oración continua trabajos intelectuales. Preserva de muchos pensamientos y palabras vanas o poco caritativas. Santifica el trabajo y las relaciones diarias...  Después de cierto tiempo, las palabras de la invocación parecen  venir por sí mismas a los labios. Introducen cada vez más en la  práctica de la presencia de Dios... Las palabras parecen desaparecer  gradualmente... Una vela silenciosa a la que acompaña una profunda paz del corazón y del espíritu se manifiesta a través del tumulto de la vida de cada día... El Nombre de Jesús puede convertirse en una llave mística que abre el mundo, un instrumento de ofrenda de cada cosa y de cada persona, una aplicación del sello divino sobre el mundo. Tal vez sería el momento de hablar aquí del sacerdocio de todos los creyentes. En unión con nuestro Sumo Sacerdote, imploramos al Espíritu: "haz de mi oración un sacramento"».
En conclusión, nos gustaría subrayar el alcance ecuménico de la Oración de Jesús. Como escribe el Monje de la Iglesia de Oriente, «la invocación del Nombre de Jesús fue en los comienzos común a todos, continúa siendo aceptable a todos, accesible a todos», a todos aquellos que han sido bautizados en Cristo. Puede así unir muy realmente cristianos todavía dolorosamente divididos en otros planos institucionales o sacramentales. Conduciendo a la profundización de la relación del creyente con la persona divino-humana del Hijo del Hombre, la Oración de Jesús nos introduce también en esta comunidad de personas in Christo per Spiritum Sanctum que los Padres llamaban la comunión de los santos.
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LA ORACIÓN DE JESÚS
Uno de los elementos más importantes de toda regla de oración monástica en la Iglesia ortodoxa, es la «oración de Jesús» llamada también «oración» o «acción espiritual» (1). Su forma exterior -podríamos decir su «material»- es la repetición, con la mayor frecuencia posible, del nombre de Jesucristo, asociado a la oración del publicano (Lc 18,14) en estos términos: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador». Su esencia espiritual es «el descenso de la inteligencia al corazón», llegando, por la purificación del pensamiento y el recuerdo constante de Jesucristo, a la iluminación del hombre interior por la gracia divina y a la toma de conciencia de la habitación mística en él del Espíritu Santo. 
La práctica de esta oración es una antigua tradición muy venerable en la Iglesia de Oriente. Brota de una corriente espiritual que se remonta a los Padres del desierto y es la expresión teológica de la enseñanza de los grandes pensadores cristianos de los siglos III y IV. Mal o poco conocida en Occidente, esta gran tradición mística, en cierto modo, alma de la teología oriental, ha suscitado sin embargo desde hace algunos años investigaciones y trabajos interesantes. Pero estos estudios, escritos por especialistas de la literatura patrística griega, desconocen generalmente las formas más recientes que ha revestido la tradición antigua en el seno de las iglesias eslavas y griegas modernas, esta tradición viva sin la cual los textos antiguos permanecen a menudo incomprensibles. Como ha escrito el mismo P. Hausherr: «la cuestión del hesicasmo (3) no presenta solamente un interés histórico—suficiente por lo demás para merecer la atención de los investigadores en este tiempo de renovación de los estudios ascéticos y místicos—sino que conserva su actualidad en el Oriente ortodoxo». Algunos estiman, además, que de todas las cuestiones cuyo estudio se impone a los que se preocupan del porvenir religioso griego o eslavo, ésta es la más importante. Y sin embargo todo está todavía por hacer: los textos permanecen enterrados en los manuscritos poco abundantes de los eruditos o, si existen ya editados algunos, es en libros más difíciles de encontrar aún que los manuscritos. Añadiremos que la literatura ascética y mística rusa, que podría aportar preciosas enseñanzas sobre la permanencia y renovación de la práctica de la oración espiritual, permanece casi totalmente desconocida de Occidente.
«Sabed que la obra divina de la santa oración espiritual fue la ocupación constante de nuestros antiguos padres teóforos y que, lo mismo que el sol, ha resplandecido entre los monjes tanto en numerosos eremitorios como en los monasterios en los que se vivía vida de comunidad, en el monte Sinaí, en los solitarios de Egipto y del desierto mítico, en Jerusalén y en los monasterios de los alrededores de esta ciudad, en una palabra en todo el Oriente, en Constantinopla, en el monte Athos, en las islas del Archipiélago y finalmente, en estos últimos tiempos, por la gracia de Dios, en la gran Rusia».
Con estas palabras comienza el primero de los capítulos sobre la oración espiritual del gran starets ruso del siglo XVIII, P. Velitchkovski. De modo que según el testimonio de uno de los más celosos promotores de la «oración espiritual» en el monaquismo ruso de los tiempos modernos, la práctica de la misma se remonta a la más alta antigüedad cristiana y forma parte del patrimonio sagrado de la tradición ortodoxa. Por su obra literaria, Paisi Velitchkovski y sus discípulos se proponían, además de dar a conocer a los monjes eslavos los textos patrísticos griegos que trataban de la «oración de Jesús», probar así que sus seguidores no eran innovadores, sino que empalmaban por el contrario con una tradición antigua y venerable de la Iglesia.
Esta era, en particular, una de las metas perseguidas al traducir esta famosa Filocalia, que fue, durante la primera mitad del siglo XIX, con la Biblia y el Gran Menologio de Dimitri Rostov, el alimento espiritual preferido por los monjes rusos. La escuela de Paisi no hacía, por otra parte, sino continuar la obra iniciada en el siglo XVI por S. Nilo Sorski, primer escritor ruso en el que encontramos una exposición sistemática de «la obra espiritual». Aunque la obra de Nilo Sorski, de Paisi Velitchkovski y sus sucesores no tenga un carácter propiamente científico, las investigaciones de los historiadores modernos han confirmado, en conjunto, la exactitud de sus intuiciones. Y así los trabajos de Í. Hausherr y de M. Viller parecen demostrar que el hesicasmo athonita del siglo XIV echa sus raíces en la antigüedad cristiana más venerable, según I. Hausherr, es Evagrio Póntico (a. 399), discípulo de Macario el Grande, el organizador de la vida monástica en el desierto de Scitia, y de los grandes doctores de Capacia, Basilio y Gregorio Nacianceno, el que formuló por primera vez esta doctrina de la «oración pura» que se encuentra entre los teóricos de la «oración de Jesús».
Pero la misma doctrina de Evagrio, tal como aparece en su De Oratione, es una síntesis de elementos más antiguos, la de la sabiduría ascética de los «Padres del desierto» y de la sabiduría filosófica y mística de los Alejandrinos y en particular de Orígenes. Cuando, hacia el siglo VIII, una concepción únicamente ascética hostil a la mística, parecían triunfar, bajo la influencia de Teodoro el Estudita, en el monaquismo bizantino, fueron los monjes del Sinaí los que tuvieron el mérito de conservar la tradición evagriana. No solamente asociaron la mística de la «oración pura» a la práctica de la oración monológica, que consiste principalmente en la invocación del nombre de Jesús, sino que también contribuyeron muchísimo a difundir en el mundo monástico una piedad centrada en torno a la persona de Cristo, manteniendo con El relaciones empapadas de una ternura y de una intimidad generalmente extrañas a la religiosidad propiamente bizantina. «Que el recuerdo de Jesús esté unido a tu aliento», dice San Juan Clímaco, el gran maestro de la vida monástica del Sinaí, y estas palabras se convertirían en el leitmotiv de la doctrina hesicasta de la «oración espiritual».
Si San Gregorio el Sinaíta, promotor en el siglo XIV del movimiento hesicasta en los monasterios del Monte Athos, recomienda más que cualquier otra lectura la de las obras de San Juan Clímaco, de Filoteo el Sinaíta y de las Centurias de Hesiko es porque reconocía, con razón, que estos «padres de la espiritualidad sinaítica» eran también los padres espirituales de su propia doctrina. 
Un estudio detallado de esta filiación sobrepasaría el marco de este estudio. Limitémonos a constatar que apoyándose en los Padres de la Escuela sinaítica y en particular en San Juan Clímaco, Gregorio coloca la oración en el centro de la vida espiritual. «Morada y unión del hombre con Dios», la oración está también para él, como para sus maestros espirituales, en el origen de toda actividad intelectual y moral, por ser «fuente de todas las virtudes, alimento del alma, madre de lágrimas e iluminación del espíritu». Asimismo la distinción establecida por él entre los distintos grados de oración, caracterizados por una exclusión cada vez más radical de toda imagen sensible, deriva sin duda directamente de La escala del Paraíso.
Aparece, pues, claramente que Gregorio el Sinaíta no introduce en el siglo XIV en los monasterios del monte Athos una nueva doctrina, sino que transmite al monaquismo athonita y a través de él a los cristianos eslavos y griegos modernos, el gran patrimonio de la tradición ascética y mística de Oriente.
Hemos aludido más arriba a la obra de Nilo Sorski y de Paisi Velitchkovski, monjes rusos, llegados en peregrinación al Monte Santo y que llevaron consigo, junto con un conocimiento profundo de la literatura patrística, la práctica del «arte espiritual», es decir, la iniciación a la oración de Jesús. Arrojada así en tierra rusa la semilla del árbol antiguo debía dar en ella una nueva y abundante floración. Entre los que en Rusia recogieron la herencia del Hesicasmo griego, citamos: San Serafín de Sarov (1769-1833), los grandes starets de Optino Poustine, León (1769-1841), Macario (muerto en 1860), Ambrosio (1812-1891), los obispos Ignacio Briantchaninov (1807-1867) y Teófano Covorov llamado Teófano el Recluso (1815- 1894). Más cercano a nosotros todavía, el Padre Juan de Kronstadt (muerto en 1908). Pero, bañando estas cumbres, corre el amplio río oscuro y profundo de orantes poco conocidos o desconocidos, religiosos y religiosas, sacerdotes seculares, peregrinos e «inocentes» caminando de santuario en santuario por las grandes rutas de Rusia, simples seglares finalmente, ocultando el tesoro de la oración mística bajo las apariencias de una vida banal. Uno de los testimonios más curiosos de esta difusión de la «oración de Jesús» en el pueblo ruso es el de los Relatos verídicos de un peregrino a su padre espiritual, obra anónima y popular que data de la segunda mitad del siglo XIX. Relata la experiencia de uno de estos orantes desconocidos que camina errante a través de los bosques y estepas siberianas, llevando consigo como único bien una Biblia y un ejemplar de la Filocalia. 
Buscando ante todo la soledad, le sucede sin embargo encontrarse sea con un aldeano, con un funcionario, con un terrateniente o con un hermano que comparte su aspiración a una vida totalmente transfigurada por la oración. Otras obras rusas consagradas a la «oración espiritual» dejan entrever diversas experiencias de las cuales algunas llevan la marca de una intelectualidad bastante refinada. Tales son Los capítulos sobre la oración espiritual, del starets Paisi Velitchkovski, diversos prefacios a obras patrísticas de su amigo el starets Basilio, las Instrucciones de S. Serafín de Sarov, las Cartas sobre problemas que conciernen a la fe y a la vida del obispo Teófano Govorov. Todas estas obras son fuentes muy preciosas para la comprensión de la «oración espiritual». 
No hay que olvidar sin embargo que la tradición de esta oración se ha transmitido sobre todo por una enseñanza oral directa. Un poco apartada de los grandes centros monásticos rusos, pero siempre en íntima relación con ellos, se encontraba muy a menudo una «poustinia», es decir un eremitorio, o un «skit», nombre dado a un pequeño grupo de celdas aisladas en las que viven algunos monjes bajo la dirección de un «anciano». Allí, lejos del ruido de los peregrinos y de la vida común del monasterio, uno o varios solitarios se dedicaban a la obra espiritual. Tan sólo se admitían allí unos escasos visitantes seglares y algunos monjes jóvenes que hubieran sentido la «llamada a la soledad». Allí recibían de los mayores la iniciación a la oración espiritual, iniciación siempre muy personal, adaptada al temperamento y al grado de madurez espiritual del discípulo. Todos los starets rusos, desde Paisi Velitchkovski a Teófano al Recluso han insistido siempre en la necesidad, para los que quieren enrolarse en la vía de la oración contemplativa, de recurrir a un maestro experimentado y de seguir sus consejos con un espíritu de sumisión total. «Los santos padres, dice el staret Paisi, llaman a esta santa oración un arte. La razón es, me parece, que lo mismo que es imposible a una persona instruirse a sí misma en un arte sin recibir lecciones de un artista aventajado, igualmente es imposible consagrarse a esta obra espiritual sin un maestro experimentado». Se sigue pues que todo conocimiento a base de libros y racional de la «obra espiritual», que no se acompaña de una experiencia vivida en la intimidad de un maestro espiritual, se queda esquemática e inadecuada. 
Hemos definido ya brevemente la «oración espiritual» como una invocación del nombre de Jesús realizada por la inteligencia (o el espíritu) en el corazón. Conviene ahora precisar el sentido de esta definición. 
Afirma en primer lugar que el contenido objetivo esencial de la oración es el «Nombre de Jesucristo». El staret Paisi, en el capítulo V de su opúsculo, la describe como el hecho de «llevar constantemente en el corazón al dulcísimo Jesús y el estar inflamado por el recuerdo incesante de su amado Nombre con un inefable amor por El» (14). Es muy llamativo que esta definición establece un estrecho lazo entre el «Nombre» y la «Persona» de Jesucristo. Invocar el Nombre de Jesús, es ya llevarlo consigo. El poder del Nombre es el del mismo Cristo. El fuego de su gracia, revelándose en el nombre del Señor inflama el corazón con un amor inefable y divino. Cualquier interpretación «sicológica» y «nominalista» sería aquí equivocada. La «oración de Jesús» no es un ejercicio para crear, por una repetición mecánica, una especie de monoideísmo sicológico. Se trata no ya de remontar un mecanismo síquico sino de liberar una espontaneidad espiritual, ese «grito del corazón» que hace brotar, como una fuente viva, la presencia del Señor, comunicada por la pronunciación del Nombre divino. El Nombre de Cristo es pues aquí ciertamente algo distinto de un simple signo. Es un símbolo si por este término se designa lo que es el  instrumento de una comunión real con el objeto significado. Revela al Verbo divino y lo representa, es decir lo hace presente de una manera comparable a la que, en la Iglesia  Ortodoxa, el icono representa y actualiza para el creyente el poder de Cristo y de sus santos.
Esto explica que para los defensores de la «oración de Jesús», su pronunciación sea por una parte un «medio», y por otra el «fin» mismo de la vida espiritual.
DESORDEN-INTERNO: Es un medio porque «las palabras son una ayuda para el espíritu débil al que resulta difícil fijarse en un lugar y sobre un solo objeto». El gran mal de la humanidad caída es el desorden interior, la dispersión de los pensamientos y sentimientos, que hacen al hombre incapaz de fijar su espíritu en Dios. La oración, y más que otra cualquiera «la oración de Jesús», tiende a recrear la unidad espiritual, y esto no sólo porque «resume en unas pocas palabras, muy sencillas, la esencia de la fe cristiana», sino porque el Nombre de Cristo comunica al hombre la fuerza de la gracia divina, por la que se hace capaz de arrojar los poderes diabólicos cuya presencia engendra el desorden y la mentira. Llamando en su ayuda al Señor Jesús en la lucha contra el enemigo y contra las pasiones, el que ora es testigo de su derrota ante el Nombre terrible de Cristo y reconoce el poder de Dios y de su ayuda. 
Pero si en la lucha contra las fuerzas del Mal cuya obra es la desintegración espiritual del hombre, la oración de Jesús es un medio, un instrumento, encuentra también en sí misma su propio fin. La realidad transcendente de Dios al revelarse y comunicarse en el Nombre de Jesucristo, tiene como fin el absorberse en la pronunciación de éste, y permitir al Nombre, es decir, a la Persona de Jesús, adueñarse del ser entero y principalmente del corazón hasta que su propia palpitación se convierta en oración, en glorificación del Nombre del Señor. Mientras la oración es mecánica y cerebral, no se ha logrado el fin. Es preciso que el espíritu, en cierto modo, se sumerja en la oración, que ésta tome plena posesión de él para que la irradiación del Nombre divino penetre hasta los transfondos del ser y los ilumine. Este es el sentido de las palabras misteriosas de los starets exhortando a sus discípulos «a bajar del cerebro al corazón» (16). No se trata aquí de un esfuerzo, puramente intelectual, de asimilación del sentido de las palabras de la oración, acompañándolas de un cierto calor emotivo. El Nombre de Jesucristo contenido en la oración «aporta» en realidad con él la presencia de Dios. El esfuerzo del que ora consiste en abrirse a esta «presencia real» para que penetre las profundidades más íntimas de su espíritu y las ilumine. 
Desde el punto de vista subjetivo, es decir desde el punto de vista de la ascensión del hombre, los starets acostumbran a distinguir dos grados en la «obra espiritual». (Sin duda existen en realidad un número infinito, pero esta primera distinción es esencial). Así, según el testimonio de los «Ancianos», habría para los que se entregan a la «obra espiritual» un primer período en el que predomina el sentimiento del esfuerzo personal y doloroso: es la «oración activa» o «laboriosa». El segundo período es el de la oración «carismática», llamada también «espontánea» (17) o «contemplativa».
La oración activa:
PERFECCION/CAMINO: Afirmar que en esta fase de la obra espiritual predomina, al menos en apariencia, el esfuerzo de la voluntad humana, no significa en modo alguno que esté ausente la gracia. Pero ésta no actúa a menudo en ella más que sin saberlo el hombre. Trabaja con el sudor de su frente, pero su trabajo no da fruto. Sin duda es esta solicitación de la gracia divina la que decide al hombre a consagrar su vida a Dios y a que aspire al don de la oración espiritual. Pero lo que, para empezar, le hace fracasar en parte, no es sino un trabajo fastidioso, una lucha desigual contra las pasiones, los malos pensamientos, el aburrimiento derrotado y la tristeza, lucha en la que es a menudo derrotado y de la que sale extenuado, desanimado por la visión deprimente de su pecado y de su impotencia. ¿Es esto señal de privación de la gracia divina? No. Pues es ahí precisamente donde ésta quería llevarle: «El camino hacia la perfección es el camino que conduce a la confesión de mi ceguera, de mi pobreza, de mi desnudez e, indisolublemente ligado a la conciencia de este estado, a la contrición espiritual, al sentimiento doloroso de nuestra impureza, dicho de otra manera al arrepentimiento perpetuo (18). Así, en el umbral de la vía que conduce a los grados más elevados de la oración mística, encontramos, de acuerdo con la enseñanza de los starets rusos, el profundizar la conciencia de nuestro estado de pecado y la contrición a causa de este pecado. 
¿Significa esto que, para los defensores de la «oración espiritual», la lucha activa contra el mal y el trabajo ascético propiamente dicho no cuentan nada? En absoluto. La lucha contra las pasiones, los pensamientos vanos o malos, caracteriza precisamente la primera fase de la obra espiritual, la de la «oración laboriosa». En ella el ascetismo tiene su puesto bien definido (19). Sin duda vale más, según los Padres, «caer y levantarse que estar en pie y no arrepentirse». Pero por otra parte, es peligroso espiritualmente darse a la oración en estado de pecado grave. ¡Ay de aquel que se complace en una falsa inquietud, agarrándose a la idea de que nadie puede vivir sin pecar voluntaria o involuntariamente! 
Por el contrario, es saludable al hombre luchar virilmente contra el pecado hasta el agotamiento de sus fuerzas. Después de la caída, se levantará implorando humildemente la ayuda de la misericordia de Cristo. Trabajando y sufriendo, estará de verdad vivo y echará en sí los cimientos de la vida nueva. Por tanto ningún quietismo, ninguna cobarde pasividad, pero al mismo tiempo, ninguna confianza en sí ni en sus propias obras. 
Teófano el Recluso es el que con mayor claridad ha expresado esta doble y paradójica exigencia de la obra espiritual:  «Trabajad hasta el agotamiento. Esforzaos todo lo posible, pero la obra de vuestra salvación, esperadla del Señor tan sólo... El Señor desea siempre todo lo que nos ayuda a la salvación y está pronto a concedérnoslo. Espera tan sólo que nosotros estemos prontos y capacitados para recibir sus dones. Por eso la pregunta: "¿Cómo aprender a cuidar mi alma?" se cambia por esta otra: "¿Cómo estar siempre preparado para recibir la fuerza de salvación, que siempre está pronta a bajar del Señor sobre nosotros?...". Y he aquí la respuesta a esta pregunta. Abrirse a la gracia es "saberse vacío, desprovisto de razón, sin fuerza; es saber que sólo el Señor puede, quiere y sabe llenar este vacío"» (20).
Así el esfuerzo moral y espiritual y las manifestaciones ascéticas que son su expresión, no son fecundas si no conducen a la humildad, una humildad activa, que no se compadece ante el espectáculo de la miseria del hombre sino que la conduce a su obra esencial, la cual es a la vez la confesión de su impotencia y la señal de su esperanza, la oración de todos los momentos: «Señor Jesucristo, ten piedad de mí, pecador». Para el que conoce su miseria, ésta no es efectivamente una «obra meritoria», agradable a Dios, sino un grito del corazón, de desesperación y de esperanza, una necesidad irresistible y perpetua de llamar a Cristo en ayuda de su impotencia en la lucha contra las fuerzas del demonio y las malas inclinaciones de su propio corazón, que se convierten en cómplices suyos. 
Antes de hablar de la obra de la oración propiamente dicha, hay que citar todavía otra condición que debe cumplir, según la enseñanza de los «Ancianos», el que aspira a la «oración espiritual». Se trata de la adquisición de la virtud de la obediencia. La obediencia de la que tratamos aquí no es la obediencia jerárquica a los superiores. Es la sumisión al «padre espiritual» elegido libremente y al cual el novicio (21) se remite por entero, en cuerpo y alma. 

OBEDIENCIA: El que quiere realizar el aprendizaje de la obra divina debe, de acuerdo con las Escrituras, someterse a la obediencia en cuerpo y alma, es decir sujetarse a un hombre temeroso de Dios, que guarda escrupulosamente los mandamientos divinos y experimentado en la obra espiritual, renunciando totalmente a su voluntad y a su propio juicio» (22).
La enseñanza de los «starets» rusos coincide en esto con la doctrina ascética de los hesicastas griegos. Pero más tal vez que éstos, pone su acento en el carácter libre y personal de este acto de elección recíproco que implica la paternidad espiritual. 
¿Cuál es el objeto de esta obediencia ascética? 
OBEDIENCIA/VENTAJAS: En primer lugar libera al novicio de todo cuidado respecto de su alma y de su cuerpo y de todo apego a cualquier objeto haciéndole llegar así a esta serenidad, a esta agilidad espiritual que son las condiciones para la verdadera libertad. Sólo aquel que ha renunciado a su «propia voluntad», es decir, a su individualidad superficial, esclava de los elementos de este mundo, es capaz de concentrar sus facultades en la oración interior.
 La otra ventaja de la obediencia es preservar de la precipitación que, tratando de buscar prematuramente estados místicos superiores, hace caer con toda seguridad a aquel que es víctima de ellos en la trampa del Seductor. Una de las causas esenciales del fracaso en el trabajo de la oración es en efecto «el orgullo satánico de aquellos que quieren sondear, antes de ser llamados a ello, los misterios de la gracia». El único remedio eficaz contra esta impaciencia funesta, es la sumisión a los sabios consejos de un «anciano» capaz de discernir el grado de crecimiento espiritual de aquel a quien guía y de hacerle avanzar paso a paso en el camino de la oración contemplativa. 
Hemos hablado hasta aquí de la atmósfera espiritual en la cual debe emprenderse la obra de la oración. En cuanto a la misma oración, parece no presentar ninguna dificultad. Se trata en efecto de repetir con toda sencillez cientos, millares de veces: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador» (24). Pero precisamente, esta simplicidad es la fuente de múltiples tentaciones. Las almas puras y sencillas, como el peregrino de los Relatos pueden sentir gusto en ello y harán rápidos progresos. Pero para la mayoría, es causa de aburrimiento y de desaliento. La oración se les presenta como un trabajo molesto y estéril del cual el espíritu, tiende continuamente a escaparse. 

CANTIDAD-CALIDAD: Sin embargo, como hemos dicho antes, no se trata en modo alguno de crear por la repetición un hábito puramente mecánico. Hay, entre los partidarios de la oración de Jesús, una reacción muy viva contra el formalismo y el mecanicismo, que son los dos escollos de la oración monástica. Así como la excesiva confianza en las obras externas, en el ascetismo y las mortificaciones, una importancia exagerada concedida a la cantidad en la obra de la oración es fuente de fariseísmo y de vano contentamiento de sí. Contra los que creen que pueden salvarse por la observancia de una regla de oración más o menos larga, «por el canto de salmos y antífonas», contra los que entregándose a la obra espiritual, conceden demasiada importancia al número de oraciones recitadas, afirma que no es la «cantidad», sino la «calidad» de la oración lo que importa (25). 
«No te inquietes con el número de oraciones a recitar», escribe asimismo Teófano el Recluso: «Que tu único cuidado sea que la oración brote de tu corazón, llena de vida como una fuente de agua viva. Arroja por entero de tu espíritu la idea de la cantidad» (26). Esta exhortación puede parecer paradójica, pues, en la práctica de la oración de Jesús, la repetición de la misma imploración juega ciertamente un papel esencial. En realidad, esta repetición por sí sola no sabría producir más que un efecto puramente sicológico y superficial. La oración no será más que un flujo de vanas palabras, si no va acompañada de lo que en el lenguaje ascético se llama «la atención» o la «vigilancia», la «prosoche» de los hesicastas griegos. 
¿En qué consiste esta atención espiritual? Es preciso que a la hora de la oración el espíritu «descienda del cerebro al corazón» y «que guarde el corazón». Los comentadores occidentales han dado a menudo a estas expresiones una interpretación estrecha y superficial. Refiriéndose a la descripción de una cierta técnica psico-fisiológica, que se encuentra en muchos textos hesicastas y en particular en el famosos «methodos tes ieras proseyches» (27), al consejo dado de concentrar la atención sobre el lugar físico del corazón, reteniendo un poco la respiración y regulando su ritmo a de la oración, autores serios han hablado a propósito de la «guarda del corazón» de «onfaloscopia» y han visto en ésta una de las características esenciales de la oración hesicasta. 
Han confundido, en realidad, una cierta técnica exterior cuya eficacia es por otra parte discutida, aun en los medios favorables a la oración de Jesús (28), con el esfuerzo espiritual que pide mantener. Su verdadera razón de ser, en efecto, es llevar al que ora a sentir, de una manera en cierto modo física —la autopercepción que tenemos de nosotros mismos en cuanto seres físicos es diferente según la parte del cuerpo sobre la cual se fija la atención (29)— que el centro de la personalidad se encuentra, no en el cerebro, punto de intersección de las fuerzas espirituales de la persona con el mundo exterior, el mundo de las «cosas suprapersonales», sino en el corazón, o mejor aún en esas misteriosas profundidades del ser de las que el corazón físico es el símbolo (30). 

ATENCION/QUE-ES: El papel de la técnica es pues puramente instrumental. Es un instrumento peligroso que el novicio no debe manejar sino bajo la dirección de un maestro seguro y experimentado. No se trata ni de exagerar su papel, ni de minimizarlo bajo la influencia de un seudo-espiritualismo racionalista que no tiene nada de cristiano. La atención a la oración, condición del «descenso de la inteligencia al corazón», es en realidad una tensión de todo el ser entero, rechazando todo lo que podría distraerle de su trabajo esencial, el de la oración, una vigilancia del espíritu y del cuerpo en la esperanza del Dios vivo. Exige un esfuerzo continuo y constante de la voluntad arrastrando tras ella por medios apropiados la corporeidad pesada y recalcitrante. Lleva consigo un doble movimiento, el uno de rechazo y el otro de aquiescencia: rechazo del mundo por una parte (este término designa aquí no el mundo físico en sí, sino «un vagar del alma al exterior, una traición a su propia naturaleza» (31) bajo la influencia de los poderes del Mal); aquiescencia a la voluntad de Dios, transformándose en don y abandono en El, por otra parte. El espíritu «atento», «sobrio» (32), que se cierra al exterior que le solicita, se traslada hacia los abismos interiores del corazón, único lugar en el que, bajo la luz del Espíritu Santo, puede efectuarse el encuentro entre las personas humanas y las Personas divinas. «El Señor busca un corazón lleno de amor para con El y para con el prójimo; éste es un trono en el que gusta sentarse y en el que aparece en la plenitud de su gloria» (33) 
Para comprender mejor la naturaleza de la atención, conviene precisar el sentido de las palabras «corazón» y «espíritu» (o inteligencia) en el lenguaje místico oriental. La palabra rusa «um» que traducimos por espíritu o inteligencia, corresponde al «nous» griego. Designa no el intelecto, en el sentido estrecho y racionalista de la palabra, sino el conjunto de las facultades cognoscitivas y contemplativas, la luz de la razón y de la conciencia, que hace del hombre un ser personal y libre (34). Los Padres griegos, y con ellos los starets rusos, identifican muy a menudo el espíritu con la imagen de Dios en el hombre. Empleando una terminología moderna, podríamos llamarla la conciencia personal que ilumina todas las esferas de la vida humana, concebida ella misma como una completa madeja de relaciones con diversos órdenes y realidades. 

TRADITIO-ORIENTAL: En cuanto al «corazón», designa en la Tradición oriental el centro del ser humano, «la raíz de las facultades activas de la inteligencia y de la voluntad, el punto de donde proviene y hacia el cual converge toda la vida espiritual» (35). Es la Fuente, oscura y profunda, de donde brota toda la vida síquica y espiritual del hombre y por la cual éste está próximo y comunica con la Fuente misma de la vida. «De aquí resulta que toda vida espiritual que no toca al corazón no es más que ilusión y mentira, no tiene ninguna realidad ontológica, ninguna raíz en el Ser, y que toda conversión debe comenzar por la conversión del corazón». En efecto, es en esta fuente donde, por el pecado original, fue viciada la vida del hombre y el cieno se mezcla con las aguas limpias. Pero «cuando la gracia se adueña de los pastos del corazón, reina sobre todas las partes de la naturaleza, sobre todos los pensamientos, pues el espíritu y todos los pensamientos se encuentran en el corazón» (36). 
Según el obispo Ignacio Briantchaninoff, «la naturaleza espiritual del hombre es doble». Sus dos polos son: por una parte «el corazón», fuente de los «sentimientos», de las «intuiciones» por las cuales el hombre conoce a Dios directamente por participación de la razón, y por otra parte «la cabeza» (o el cerebro), sede del pensamiento claro de la inteligencia (37). La integridad de la persona humana reside en la relación armoniosa de estas dos fuerzas espirituales. Sin la participación de la inteligencia, las intuiciones del corazón se quedan en impulsos oscuros. Asimismo, sin el corazón, que es el centro de todas las actividades y la raíz profunda de su propia vida, el espíritu-inteligencia es impotente. 

DISTRACCIONES/SEDE: Ontológicamente, la consecuencia esencial de la Caída para el hombre es precisamente esta disgregación espiritual por la cual su personalidad se ve privada de su centro y su inteligencia se dispersa en un mundo exterior a él. El lugar de este desparramarse de la personalidad en el mundo de las cosas, es la cabeza, el cerebro, en el que los pensamientos «se arremolinan como copos de nieve o enjambres de moscardones en verano» (38). Por el cerebro el espíritu conoce un mundo exterior a él a la vez que pierde el contacto con los mundos del espíritu que sin embargo oprimen oscuramente la realidad del corazón ciego e impotente. Para reconstruir la persona en la gracia, hay que encontrar pues una relación armoniosa entre la inteligencia y el corazón. La vuelta consciente, voluntaria del espíritu-inteligencia hacia los abismos interiores del corazón exige, en el límite, la ruptura total con el mundo. El que quiere consagrarse a la obra espiritual debe apartar de sí toda percepción exterior, «desprenderse de todos los objetos visibles y cerrar los ojos carnales» (39). Habiéndose hecho ciego al mundo, debe también hacerse «sordo y mudo» (40) por la renuncia, al menos provisional, a toda conversación humana. 
Pero el silencio exterior no es más que la preparación y la señal de un silencio del alma infinitamente más profundo. Pues no son tan sólo las percepciones sensibles y las palabras articuladas las que deben ser expulsadas sino todo deseo, todo pensamiento, toda imagen, por muy santa que sea, todo lo que atrae el espíritu «hacia el exterior», fuera de ese lugar del corazón en el que no conoce más que la miseria propia y el Nombre que le salva. De este silencio del despego total, S. Serafín ha dicho que es «una cruz en la que el hombre se crucifica con todas sus pasiones y concupiscencias» (41), que es «pasión sufrida con Cristo» (42), pero también «misterio del siglo venidero» (43). En efecto, en el silencio y por ese silencio el espíritu tiene acceso al santuario místico del corazón donde encontrará a su Dios. Esta es la vía de la «oración laboriosa», vía estrecha y dolorosa. Aspereza, desnudez, un desierto espiritual en el que el viajero debe cerrar voluntariamente sus ojos a todo espejismo consolador. Pues es preciso que rechace no sólo todas las imágenes terrestres, sino aún aquellas que parecen de origen divino, las «visiones», las «voces» las «dulzuras» en apariencia celestiales, pero que no son a menudo más que el fruto de un siquismo descompuesto por la concupiscencia, las mortificaciones excesivas o el impaciente deseo de adelantar la hora de la gracia buscando seudo-satisfacciones en el sueño y en la imaginación. La prudencia exige también, sobre todo al principio de la obra espiritual, no usar en absoluto de representaciones (aun las imágenes de Dios que nos proponen las Sagradas Escrituras sobre las cuales puede ser útil el meditar en otros momentos, deben ser rechazadas al tiempo de la oración). Este es el verdadero ayuno, «sobriedad» santa de aquellos cuya alma se alimenta únicamente de oración y de fe. La oración, en efecto, es la obra, no de la imaginación, sino de la fe. «La regla más sencilla relativa a la oración es el no representarse nada, habiendo concentrado el espíritu en el corazón, permanecer en el convencimiento de que Dios está cerca, que ve y escucha; prosternarse ante aquel que es terrible en su grandeza y cercano en su condescendencia para nosotros... Es preciso esforzarse en orar sin imágenes de Dios. Permanece en el corazón creyendo que Dios está en él, pero no te preocupes de cómo El es en realidad'' (44).
Así, aunque la vía espiritual del que ora pasa por el desierto, no avanza sin embargo en tinieblas. La luz, pura y totalmente inmaterial que le guía, es la fe, iluminando la única imagen en la que el espíritu encuentra un punto de apoyo, el amado Nombre de Jesucristo. La atención a la oración es en verdad una espera en la fe. En efecto, aun habiendo llegado al grado supremo de la concentración de sus fuerzas síquicas y espirituales, el hombre no es capaz de recrear en sí la unidad perdida del espíritu y del corazón. Puede tan sólo hacer en su alma ese silencio y ese vacío que son la señal de una tensión extrema y de un abandono total, la señal de la espera, en la esperanza y en la fe, del don del Espíritu Santo.
<La atención la contrición son como el atrio del santuario, escribe el obispo Ignacio Briantchaninov (45) o también como esos pórticos de la piscina de Betsaida en los que se reúnen los enfermos esperando al ángel que removiendo el agua les alcance la curación»(46).
<Pero sólo el Señor, en la hora que El sabe, concede la curación y la entrada en el santuario de acuerdo con su inefable e incomprensible benevolencia».
Ya aquí superamos el plano de la oración «laboriosa» para entrar en el misterio de la oración «carismática». 
ORA-CARISMATICA: Los «starets» rusos son sumamente discretos en lo tocante a los grados superiores de la obra espiritual. ¿Acaso no se trata de misterios que no se pueden traducir de una manera adecuada al lenguaje humano? ¿No es inútil, más aún peligroso, hablar de realidades espirituales a aquellos cuyo entendimiento, sumergido todavía en el mundo material y físico, no es apto para entenderlas? «Es preciso no abrir sin necesidad su corazón», aconseja S. Serafín de Sarov... «Entre mil no encontrarás ni uno sólo que sea capaz de guardar tu secreto». Mucho menos por el testimonio de ellos mismos que por el testimonio de algunos de sus amigos, de los que fueron «los compañeros de los misterios divinos», es como entrevemos algo de las gracias místicas que iluminan la vida de un Serafín de Sarov o de los starets de Optino. Más intelectuales, más al corriente del pensamiento occidental que los primeros, los obispos Teófano Govorov e Ignacio Briantchaninov apenas son más locuaces. 
LAGRIMAS : El primer fruto de la oración, el primer signo sensible del don de la gracia, que anuncia una transformación de la naturaleza misma de la oración es, según el testimonio de todos los maestros de la «obra espiritual», el derramamiento de lágrimas de arrepentimiento. El esfuerzo de la oración, por la cual el que ora, sin cansarse, confiesa a la vez su miseria y su fe en Jesucristo, es comparable al trabajo de una perforadora. Bajo las capas superficiales, petrificadas y estériles de la vida sicológica, va a buscar la fuente de agua viva del arrepentimiento sincero. Pero éste manifiesta ya la acción de la gracia en el hombre. Las lágrimas, no las de desesperación o de orgullo herido, sino las lágrimas saludables del arrepentimiento, son la señal de esta conmoción de las capas profundas del ser, en la que son engullidos como por una ola profunda el orgullo y la confianza en sí mismo del hombre natural. Este es el enternecimiento, en el sentido propio de la palabra, en el que la dureza del corazón funde al contacto de la gracia divina.
«En el corazón de aquel que derrama lágrimas de enternecimiento resplandecen los rayos del Sol de Justicia, Cristo-Dios» (47).
En el alma preparada para recibirle por el trabajo de la oración, por el descenso de la inteligencia al corazón donde descubre las señales de su origen divino y los de su decadencia, al alma ya purificada por las lágrimas del arrepentimiento, el Espíritu Santo puede realizar su obra.
«En primer lugar la gracia muestra al hombre su pecado, lo hace surgir ante él y, colocando constantemente ante sus ojos este terrible pecado, le lleva a juzgarse a sí mismo. Le revela nuestra caída, ese afrentoso, profundo y sombrío abismo en el que ha caído nuestra raza por la participación en el pecado de Adán. Luego, poco a poco, concede una profunda atención y ablandamiento del corazón en el momento de la oración. Habiendo así preparado el vaso, de una manera súbita, inesperada, inmaterial, toca las partes separadas, y éstas se reúnen. ¿Quién ha tocado? No lo puedo explicar. No he visto nada, no he oído nada, pero me he visto cambiado, de pronto me he sentido así por efecto de un poder todopoderoso. El Creador
ha obrado para la 'restauración' como obró para la creación. Cuando sus Manos han tocado mi ser, la inteligencia, el corazón y el cuerpo se han reunido para constituir una unidad total. Luego se han sumergido en Dios y permanecen allí mientras les sostiene la Mano invisible, inaccesible y todopoderosa»(48).
Así el don primero y esencial de la gracia (don positivo del cual el arrepentimiento sincero era en cierto modo el aspecto negativo) es el restablecimiento espiritual del hombre en su integridad original. La inteligencia y el corazón, esos dos polos de la vida interior, vuelven a ser unidad armoniosa en la que las tendencias opuestas se funden sinfónicamente para construir la persona en la gracia. Notemos que lo que acabamos de describir no es un arrobamiento, un éxtasis pasajero o al menos no lo es esencialmente. Sin duda que el alma no permanece «sumergida en Dios» sino «mientras la sostiene allí la Mano todopoderosa» y sólo se trata, desde el punto de vista de nuestra contabilidad humana, de algunos instantes. Pero, después del éxtasis, el efecto de la gracia divina permanece. Tiene lugar una profunda transformación ontológica: Nace un hombre nuevo, en el que surgen facultades, potencias, visiones nuevas. En él, el antiguo desorden deja paso a un orden nuevo, dominado por la conciencia de la presencia de Dios. Esta reviste una evidencia comparable en ciertos aspectos, pero infinitamente superior, a la de una axioma matemático. La consecuencia más notable de esta unión del corazón y de la inteligencia es la transformación radical del carácter mismo de la oración. Si ésta era hasta entonces un trabajo laborioso y a veces penoso, surge ahora espontáneamente, sin esfuerzo, recalentando el corazón y llenándolo de luz, de paz y de alegría. Así como el éxtasis es un don raro, concedido solamente a unos pocos, este cambio de la naturaleza de la oración es la señal más frecuente, la más infalible de la acción de la gracia para los que se entregan a la obra espiritual. He aquí como el peregrino de los «relatos» describe esta transformación:
«Una mañana temprano, me sentí como despertado por la oración. Empecé a recitar mis oraciones de la mañana, pero mi lengua tropezaba y yo no tenía otro deseo sino el de recitar la oración de Jesús. En cuanto me puse a ello, me sentí completamente feliz, mis labios se movían por sí solos sin esfuerzo. Pasé todo el día con gran alegría. Me sentía como apartado de todo y como en un mundo distinto... »
«Pasé todo el verano recitando sin cesar la oración de Jesús y estuve tranquilo. Durante el sueño, soñaba a veces que recitaba la oración. Y durante el día, cuando me sucedía que encontraba a gente, me parecían tan amables como si fuesen de mi familia. Los pensamientos se habían calmado y yo no vivía más que para la oración; empezaba a inclinar mi espíritu a escucharla y a veces mi corazón sentía brotar de sí mismo como un calor y una gran
alegría».
«He aquí como voy ahora, repitiendo sin cesar la oración de Jesús, que me resulta más querida y más dulce que todo lo del mundo. A veces hago más de setenta leguas al día y no siento que ando, siento tan sólo que digo la oración. Cuando me coge un frío violento, recito la oración con más atención y pronto entro totalmente en calor. Si me aprieta el hambre, invoco más a menudo el nombre de Jesús y no me acuerdo más de haber tenido hambre. Si me siento enfermo y me duele la espalda o las piernas, me concentro en la oración y no siento ya el dolor. Cuando alguno me ofende, no pienso más que en la bienhechora oración de Jesús; en seguida, la cólera o la pena desaparecen y lo olvido todo. Mi espíritu se ha hecho muy sencillo. No me preocupo de nada, nada me interesa, nada de lo que es exterior me ata, quisiera estar siempre en soledad; por costumbre, sólo tengo una necesidad: recitar sin cesar la oración,y cuando lo hago, me siento inundado de alegría'' (49).
El testimonio del humilde peregrino coincide con el de los maestros de la obra espiritual (50). Es S. Serafín de Sarov quien ha dado la expresión más concisa y más perfecta de esta experiencia:
«Cuando el Señor calienta tu corazón con el calor de su gracia y te restablece en la unidad de tu espíritu (palabra por palabra: "cuando te reúne en un solo espíritu"), entonces esta oración interrumpida brota en ti. Permanece siempre contigo, tú te deleitarás con ella y ella te alimentará»(51).
Los frutos de la oración ininterrumpida son el calor espiritual, la serenidad, el despego del mundo y sobre todo la caridad para con Dios. «Los que desean estar unidos por la caridad del Dulcísimo Jesús, escribe el starets Paisi, desprecian todas las bellezas de este mundo, todas las dulzuras y aun el descanso corporal, no quieren poseer otra cosa que la actividad paradisíaca del espíritu que se entrega a esta oración ininterrumpida» (52). Inflamando el corazón de caridad para con Dios, la oración de Jesús aparece así, ella misma, como el fruto de esta caridad divina, tocando el corazón y el espíritu del hombre y resucitándole a una nueva vida. «El fuego espiritual del corazón es la caridad para con Dios; se inflama cuando Dios toca el corazón, pues El es enteramente Amor y a su contacto el corazón se inflama de amor por El». En esta vida nueva, toda posibilidad de tentación y de caída no está todavía descartada Pero al que ha sido visitado por la gracia se le concede una lucidez, que le permite combatir eficazmente a sus enemigos interiores. Hasta ahora estaba sumergido en tinieblas y como un hombre, que atacado en la noche, golpea a ciegas a sus invisibles enemigos. Ahora la intuición constante de la presencia de Dios es como un candelero colocado en el centro de la conciencia iluminando los menores rinconcillos. El estado de gracia aparece así no como un estado de pasividad y de reposo, sino como una actividad fecunda de purificación que se realiza en la alegría, aunque la fidelidad a la gracia pueda exigir todavía, el obispo Teófano insiste en este punto, dolorosos sacrificios. Un rasgo propio a los maestros rusos de la oración espiritual se revela menos en la doctrina que en su actitud práctica. La oración no interrumpida cuya dulzura llena su corazón de paz y alegría, lejos de separarles de los hombres finalmente les acerca a ellos. En efecto, si durante la fase inicial, el silencio absoluto, el alejamiento era para ellos la condición misma de todo progreso espiritual, viene un momento en el que, sintiendo la oración fuertemente arraigada en su corazón, la vuelta a los hombres se les presenta con la exigencia de un obediencia a la voluntad divina. S. Serafín de Sarov, los starets de Optino acogen a millares de peregrinos; reciben innumerables cartas y responden a ellas. Si para Nilo Sorsky, en el siglo XVI, esta actividad de cura de almas tiene todavía el carácter de un sacrifico voluntario inspirado por el amor fraterno, entre los starets del siglo XIX es como el florecer de su vocación espiritual. En medio de la multitud, la oración mística continúa resonando en su corazón, unida íntimamente a su latido, constituyendo como la trama de su vida interior, pero sin impedirles tomar parte en la vida de los hombres. Llegan así a vislumbrar la posibilidad de la oración espiritual para todos los cristianos. Paisi Velitchkovski ya había admitido que la práctica de la oración de Jesús puede ser recomendada a los seglares. Sin embargo en el círculo del starets moldavo, la «oración espiritual» es esencialmente figura del método de oración monástica. Está ligada, para Paisi y sus amigos, al renacimiento del monaquismo en los países eslavos. En sus escritos, en sus preceptos y en sus consejos, se dirigen sobre todo a los monjes, a quienes únicamente serían accesibles los más elevados grados de la oración contemplativa. No es ésta exactamente la actitud de los starets del siglo XIX. Sin duda que la vida monástica se les presenta también como la vía por excelencia que lleva a la unión con Dios. Pero su profunda experiencia de una oración cuya llama Iejos de apagarse en contacto con el mundo, se alimenta de una actividad caritativa que les acerca a los hombres, les inspira una nueva concepción de la obra espiritual. Esta, aun en sus formas más místicas, no sería incompatible con la vida en el mundo y una cierta actividad cultural. S. Serafín elabora una regla de oración para los laicos (53). Haciendo participar a un laico, Nicolás Molotilov, tiene una de sus más extraordinarias iluminaciones y da como la demostración de la posibilidad para todos de recibir por la oración el don del Espíritu Santo. Teófano el Recluso afirma también que la oración espiritual no excluye toda actividad, sino solamente las que son malas o vanas: «Es falso, escribe, pensar que para realizar la oración espiritual hay que estar sentado en un lugar secreto para contemplar allí a Dios. No es necesario para orar ocultarse en otra parte que no sea el corazón y, estableciéndose en él, ver al Señor sentado a nuestra derecha, como lo hizo David» (54). Sin duda la obra espiritual exige la concentración interior y por tanto una cierta soledad. Pero si la soledad completa es imposible en el mundo, ¿no puede cualquier persona encontrar «horas de soledad» durante las cuales fortalecerá y vivificará en sí la oración de Jesús hasta que, echando raíces en su corazón, le acompañe en medio del flujo atronador de la vida del mundo? Así, según el testimonio de los maestros más recientes de la mística ortodoxa, la oración ininterrumpida de Jesús puede y debe convertirse en la atmósfera espiritual de toda vida cristiana. Pero esto en modo alguno les lleva a minimizar el carácter místico y extático de los estados, en los cuales, en su límite, se acaba la obra espiritual del que ora. Hemos hablado ya de la discreción de la mayoría de los místicos ortodoxos, de esta especie de pudor espiritual que les retiene para no hablar de las grandes gracias que han recibido. Tenemos sin embargo testimonios muy precisos sobre su experiencia mística, en particular sobre Serafín de Sarov. Este último, hablando de los grados más elevados de la oración contemplativa, se expresa así: 
«Cuando la inteligencia y el corazón se unen en la oración y el alma no es turbada por nada, entonces el corazón se llena de calor espiritual, y la luz de Cristo inunda de paz y alegría todo el hombre interior» (55).
La Luz de Cristo de que habla el santo no es ni sensible ni intelectual, sino espiritual, que ilumina los trasfondos del corazón. Sin embargo, como veremos, puede hacerse visible a los ojos carnales de aquellos a quienes se les concede la insigne gracia de contemplarla (56). Es la Luz de la Vida que no conocen más que aquellos que viven en ella y son iluminados por ella. Experiencia de una simplicidad infantil, como lo afirma con fuerza S. Serafín, y sin embargo inefable. Pero el niño (in-fans) ¿no es precisamente el ser que no puede hablar, y el milagro del Espíritu el nacimiento a esta nueva e inexpresable infancia? (Jn 3,5-7). Don del Espíritu Santo, arrobamiento del espíritu humano en la irradiación de la Gloria del Dios increado, ésta es la revelación final de la obra espiritual. Aquí la oración se supera a sí misma. Si, según las palabras de S. Serafín, «por la oración nos hacemos capaces de conversar con el Dios bueno y vivificante», toda oración sin embargo cesa en el momento en que Dios baja a nosotros por su gracia. «Al ser visitado por El, hay que cesar de orar». En efecto, ¿para qué sirve implorarle: "Ven, haz tu morada en nosotros, purificados de toda mancha y salva nuestras almas, Tú que eres la bondad" (Antífona ortodoxa recitada al comienzo de los oficios), cuando El ya ha venido, en respuesta a nuestras humildes y amorosas solicitaciones?» (57). No sabríamos terminar mejor este breve estudio que citando el testimonio de un amigo y discípulo de S. Serafín, Juan Tikhonoff, a quien le fue dado presenciar una de las transfiguraciones del santo, por la visión de la Luz Divina. Si no se habla explícitamente de la oración de Jesús, muchos detalles, en particular el gesto del starets colocando, en el momento del éxtasis, su mano en el corazón e inclinando la cabeza, indican a las claras que se trata de una experiencia mística relacionada con la «oración espiritual».
«Mira lo que te diría a propósito del pobre Serafín (58), me dijo el starets: Un día leyendo en el Evangelio de San Juan estas palabras del Salvador "en la casa de mi Padre hay muchas moradas", me asaltó el deseo intenso de ver esas moradas. Pasé cinco días y cinco noches en vela y oración, pidiendo al Señor la gracia de esta visión. Y el Señor, en su infinita misericordia, me concedió este consuelo y me mostró estas celestiales moradas en las cuales vi resplandecer, yo, pobre viajero terrestre, en un minuto de arrobamiento (si fue en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé), una belleza celeste e inefable... El Padre Serafín se calló. Luego se inclinó un poco, bajó la cabeza cerrando los ojos y puso su mano derecha sobre su corazón. Su rostro se transfiguró poco a poco e irradiaba una luz maravillosa, y por fin se puso a mirar, ya que su rostro y toda su expresión estaban tan llenos de alegría y éxtasis celestial que en verdad se le podía llamar en ese momento un ángel terrestre o un hombre celestial. Durante todo el tiempo que duró su misterioso silencio, parecía contemplar algo con ternura y escuchar con arrobamiento...» «Después de un silencio bastante largo, el P. Serafín lanzó un profundo suspiro, pero lleno de alegría me dijo: "¡Ah!, ¡si supieras qué alegría, qué dulzura espera al alma del justo en el cielo! Te decidirías a soportar durante esta vida temporal toda tribulación, toda persecución, cualquier calumnia con agradecimiento... Aunque nuestra celda estuviese llena de gusanos que nos royesen el cuerpo durante todo el tiempo de nuestra vida, deberíamos consentir en ello con todas nuestras fuerzas para no vernos privados de esta alegría celestial que Dios ha preparado para los que le aman... Pero ¿qué lengua humana podría expresar esta gloria celestial, y las bellezas de la patria de los justos, y esta felicidad puesto que el apóstol San Pablo no lo pudo?" (59).
Entrevemos así el fin de la oración mística: la transfiguración de todo hombre, en la unidad de su espíritu y de su cuerpo, por la Luz Divina, Luz de Cristo y del Espíritu Santo, irradiando glorioso de la Santísima Trinidad (60). Por el misterio insondable del don de la gracia, la naturaleza humana se cambia. Las tinieblas de la Materia se disipan y, vencidas, se hacen traslúcidas al Espíritu. El hombre se hace capaz de ver la Gloria de Dios. Pero todo esto no es más que el final terrestre de la oración, las primicias de las iluminaciones del siglo venidero. El fin de la oración mística anuncia en verdad el fin de los tiempos: «¡La liberación de la Creación entera de la servidumbre de la corrupción para tomar parte en la gloriosa libertad de los hijos de Dios!». El testimonio de los orantes de la oración de Jesús nos orienta finalmente hacia la Luz indeclinable del Día Eterno, pero cuyo alborear se levanta ya para aquellos que saben reconocer sus señales.
E. BEHR SIGEL LA IGLESIA REZA. DDB. Págs. 9-48
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(1) El starets Paisi, gran promotor de la oración de Jesús en los medios monásticos eslavos y rumanos, la
designa con estos términos: «Oración a Jesús, realizada por la inteligencia en el corazón».
(3) Palabra con la que se designa la práctica de la «oración de Jesús» en particular bajo la forma que tomó en los siglos XIV y XV entre los Hesicastas (solitarios) del monte Athos.
(14) La veneración por el nombre de Jesús es también antigua en la Iglesia cristiana. Hunde sus raíces en la piedad de los fieles de la Antigua Alianza por el nombre de Yahvé. Ha encontrado su perfecta expresión en las palabras de San Pablo: «Dios le ha elevado soberanamente y le ha dado un nombre por encima de todo nombre, para que al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo y en el abismo y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de su Padre Dios» (Fil 2,9-11).
(16) «Conviene bajar del cerebro al corazón. De momento no hay en ti más que reflexiones cerebrales sobre Dios, pero Dios se queda fuera». (Obispo TEOFANO, Entretiens, p. 58).
(17) Traducimos por «espontáneo» el término ruso «samodwiznaia» que quiere decir exactamente «el que se mueve a sÍ mismo», pero que estaría mal traducido en este contexto por «automático». Significa aquí un brote sin esfuerzo en oposición a lo que es fruto de un esfuerzo penoso de voluntad.
(18) Entretiens, p. 395.
(19) Se da sin embargo en todos los maestros rusos de la «oración espiritual», aunque todos ellos fueron en su mayoría grandes ascetas una cierta desconfianza del ascetismo puramente exterior. Así Teófano el Recluso escribirá: «Prestad la menor atención posible a las manifestaciones exteriores del ascetismo. Son sin duda necesarias. Pero son tan sólo el andamio, no el edificio. El edificio está en el corazón. Poned por entero vuestra atención en el trabajo del corazón».
(20)
ESFUERZO/GRACIA: Entretiens, p. 389. En otra parte Teófano el Recluso escribe: «...Atar su esperanza, aunque sólo fuese por un cabello a algún trabajo personal, es apartarse del camino recto. Si te retiras a la soledad pensando que gracias a tus meditaciones, a tus rezos, a tus vigilias nocturnas, todo va a cambiar, el Señor, a propósito, no te concederá la gracia prometida hasta que se haya evaporado toda esperanza en tus propias obras, aunque es verdad que sin ellas tampoco puedes recibir nada». (Entretiens, p. 379).
(21) Damos a esta palabra un sentido general y no específicamente monástico.
(22) P. VELITCHKOVSKI en Entretiens p. 295. El starets Paisi admite sin embargo que a falta de un buen padre espiritual, puede servir de guía la Sagrada Escritura.
(24) He aquí el consejo dado por el starets al autor de Récits d'un pélerin russe: «Debes aceptar este mandato con confianza y recitar todas las veces que puedas la oración de Jesús. Toma este rosario con el cual podrás hacer al principio tres mil oraciones diarias. De pie, sentado, acostado o andando, repite sin cesar:  "¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!", despacio y sin prisas. Y recita tres mil oraciones al día sin añadir ni quitar ninguna. Así llegarás a la actividad perpetua del corazón». (Recits d'un pélerin russe, trad. J. GAUVAIN, p. 29-30). Hay que destacar la importancia dada a la obediencia estricta al starets. La recomendación de recitar la oración tres mil veces no tiene otro sentido.
(25) C. CETWERICON: Paisi Velitchkovski, T. 11, p. 89-90.
(26) Entretiens, p. 359.
(27) I. HAUSHERR, La Méthode d'oraison hésychaste, p. 102 y ss.
(28) El starets Paisi, en sus Chapitres sur la Priére se contenta con reproducir sin comentario el texto de «methodos» atribuida sin duda falsamente a Simeón el Nuevo Teólogo. Monseñor Teófano tiene una actitud más critica (Cf. Entretiens, p. 339, 340, 328, 327). Habla de la técnica como de un refugio para aquellos que se han «endurecido en un formalismo exterior». Sin embargo admite que como consecuencia de la unión del alma y del cuerpo, las actitudes corporales tienen su influencia sobre la atención del espíritu.
(29) Cf. Entretiens, p. 79
(30) Cf. Entretiens, p. 59
(31) Cf. V. LOSSKY, La Théologie Mystique de l'Eglise d'Orient, p. 197 (París, Aubier 1944).
(32) I.a palabra «sobriedad», es característica de una mística que excluye todo colorido, toda exaltación puramente sicológica, toda voluptuosidad y toda imagen humana.
(33) SERAPHIM DE SAROV Entretien avec Motovilov, p. 214 (Collection «Spiritualité Orientale nº. 11). Cf TEOFANO EL RECLUSO: «En el corazón está la Vida y allí también es conveniente vivir». Entretiens, p. 58.
(34) Cf. V. LOSSKY, o. cit. p. 198
(35) Ibid. p. 197.
(36) S. Macario, Hom. Spirit. XV, 32 P.G., t. 34, col. 597 B.
(37) Entretiens, p. 59 y ss.
(38) OBISPO TEOFANO, Entretiens, p. 58.
(39) SERAPHIM DE SAROV, Instr. Sprit, p. 239.
(40) Seraphim de Sarov, sa vie, p. 49.
(41) Seraphim de Sarov, sa vie, p. 48
(42) Ibid. p. 49
(43) Ibid. p. 48
(44) TEOFANO EL RECLUSO, Entretiens, p. 70
(45) Entretiens, p. 419.
(46) Cf. Evangile selon Saint Jean, 5, 2-4.
(47) SERAPHIM DE SAROV.
(48) TEOFANO EL RECLUSO. citado en Entretiens., p. 97.
(49) Récits d'un pélerin russe, p. 31-32, 33, 34-35.
(50) Cf TEOFANO EL RECLUSO, en Entretiens., p. 391.
(51) Ibid., p. 421.
(52) Ibid.. p. 299.
(53) Seraphim de Sarov, p. 253-255.
(54) Entretiens, p. 349.
(55) SERAPHIM DE SAROV, Instructions spirituelles, p. 239.
(56) «En mi corazón, sólo en el pensamiento, he orado: "¡Señor, hazle digno de ver claramente, con ojos de carne, la bajada del Espíritu Santo, como a tus siervos elegidos cuando te dignaste aparecérseles en la magnificencia de Tu gloria!"». Seraphim de Sarov, p. 209.
(57) SERAPHIM DE SAROV, Entretien avec Motovilov, p. 190.
(58) El santo, como lo hacía habitualmente, habla de sí mismo en tercera persona.
(59) Cf. el relato de la transfiguración en V. LOSSKY: Essai sur la Theologie mistique de l'Eglise d'Orient, p. 225  ss., París, Aubier 1945.
(60) Hay que hacer notar sin embargo que en las experiencias aquí descritas, el espíritu del hombre, aun siendo consciente de participar de la Vida Divina, sin embargo, no pierde la conciencia personal, no se aniquila, sino que adquiere por el contrario una lucidez sobrenatural.